Salud, dinero y amor.
Tres constantes que históricamente han moldeado y condicionado la felicidad.
Sin embargo, hay estudios psicológicos que desmontan las virtudes de este presunto trinomio de plenitud frente a un parámetro que se sucede en todas las culturas, sociedades y épocas: la actitud positiva ante las circunstancias, ya sean de dolor o de dicha. El
doctor Fernando Sarráis (Mérida, 1958), licenciado en Psicología y especialista en Psiquiatría de la Clínica Universidad de Navarra y profesor de Psicopatología de la Educación y Psicología Social en la Universidad de Navarra, disecciona en su nuevo libro ese parámetro de felicidad, cuyo secreto, tan sencillo como complejo, reside en el interior de las personas, en la madurez psicológica. "Se puede ser físicamente muy adulto pero ser como niños por dentro, muy inmaduros", asegura.
Madurez psicológica y felicidad (EUNSA) nos recuerda que el camino hacia la plenitud también está en saber sufrir.
¿Madurez psicológica y felicidad son sinónimos? El libro da pistas sobre qué es la madurez y cuál es la razón de la inmadurez, sabiendo que las personas maduras tienen muchas más posibilidades de ser felices. Los inmaduros, que es una palabra del lenguaje vulgar, se han llamado de manera técnica, neuróticos. En los investigadores de la personalidad existe una dimensión de la personalidad casi universal que todas las personas tienen, una dimensión bipolar: tiene una parte positiva, que es el autocontrol, y una parte negativa que es el neuroticismo. El neuroticismo se caracteriza por tener emociones negativas, muy constantes y muy intensas. Y las emociones negativas son las que dominan en personas neuróticas, es decir, inmaduras.
¿Cómo son esas emociones negativas? Son aquellas que dificultan el funcionamiento psicológico adecuado, es decir, la razón con la voluntad libre. Una persona con miedo al avión, no es libre para montar en un avión. En cambio las emociones positivas como la alegría, la tranquilidad, la seguridad favorecen el pensamiento racional y libre. Por algo tan sencillo como que cuando hay emociones positivas no hay negativas que lo dificulten. Con las emociones negativas el sujeto es pasivo. En las positivas, el sujeto tiene que ser activo, pelear para expulsar las emociones negativas. Y una persona que tiene habitualmente emociones positivas puede funcionar con la razón y con la voluntad libre.
Educación hipertrofiada
¿Y el problema de fondo es que vivimos en una sociedad esencialmente inmadura y por tanto, neurótica? Sí. Es una sociedad que prima el placer. Y el placer es sentirse bien para no sentirse mal, de manera que lo importante es el sentimiento, la afectividad, no la razón y la voluntad. Cuando hipertrofiamos a nuestros niños para que no sufran, para que no se sientan mal, lo más probable es que les generemos el miedo a sufrir. Y la única manera de quitar el miedo a las cosas que hacen sufrir es sufrirlas. El miedo a hablar en público se quita hablando en público. Si una persona se acostumbra desde pequeña a evitar las emociones negativas que le produce el mundo, de adulto le cuesta mucho más aprenderlo. Ahora mismo hay en psicología un término importado del inglés y que está muy de moda: la "resilience" o "resiliencia", es decir, ser resistente y fuerte, aguantar el impacto de lo negativo. En la búsqueda de la felicidad, en el autocontrol, hay una psicología positiva que se fundó en 1999 por un americano de Pensilvania, Martin Seligman.
¿Y cuáles son las claves de esa psicología positiva? Seligman trata de enseñar a la gente a pensar, imaginar, sentir, percibir, recordar y comportarse en positivo. Si alguien se pone violento, podrá desahogar su ira, pero en el fondo se va a sentir mal. Porque nadie se siente bien cuando se ha portado mal. De manera que se trata de hacer cosas positivas que nos hagan sentir bien a corto y largo plazo. Pensar en positivo siempre me va a hacer sentir bien. Y sabiendo que el mundo, cuando es negativo, me va a suscitar pensamientos negativos, hay que hacer el esfuerzo de pensar en positivo. Es en realidad lo que dice el refrán: poner buena cara al mal tiempo.
Saber sufrir
Así que hay que aprender a sufrir Sí. Hay que aprender a sufrir con buen humor, con paz y alegría. Los bebés, cuando tienen hambre o están sucios, lloran. A lo que hay que aprender, cuando se es adulto, esa estar contento cuando se tiene hambre y se está sucio. Las personas admirables sufren y nunca te dirán que han llevado bien ese sufrimiento. Sería vanidoso y orgulloso. Te dirán, "he hecho lo que he podido". Un ejemplo fácil de entender es el de los montañeros. Saben sufrir sin perder la paz y la alegría, que es la belleza interior, la belleza psicológica, la que tiene que ver con la afectividad.
Así que la madurez se muestra especialmente en las situaciones adversas. Porque usted dice en el libro que gente aparentemente madura, se rompe cuando algo va mal. La madurez y la inmadurez tienen grados. Una persona que es tremendamente inmadura, lo es siempre y en todo lugar. Una persona con cierto grado de madurez, la tiene en las situaciones positivas. ¿Cuándo se nota si la madurez es sólo superficial o profunda? Cuando el mundo es duro y difícil, cuando hace sufrir y más puede hacer descompensar a una persona. Una persona muy inmadura se descompensa incluso sin razones. La madurez verdadera aflora en las dificultades. Y en el fondo, la madurez tiene que ver con la libertad. El ser maduro es más libre internamente. El inmaduro lo es sólo de forma externa, superficial, epidérmica. La libertad interior consiste en dominar desde la voluntad las funciones psíquicas: imaginación, memoria, percepción, pensamiento y afectividad. La verdadera libertad es la interior.
¿Pero no cree que muchas veces no nos han enseñado a vivir? Aquello que decía Kundera de que deberíamos vivir dos vidas: la primera como un ensayo de la segunda. Uno aprende con la práctica. Para aprender a conducir, uno va a clases, tiene profesores, hace prácticas. En cambio, para ser feliz y vivir la vida, uno improvisa. Por eso es fundamental tener una formación teórica para trasladarla a la práctica. Con el ensayo-error se pierde mucho tiempo.
¿Y dónde está ese manual para saber vivir? Hay mucha gente que son manuales vivos, personas que son muy maduras. La gente aprende por imitación. Se ponen tatuajes o piercings porque lo ven en los demás. De la misma manera, hay personas que te enseñan por su manera de vivir. En Internet encontramos 1.390.000 resultados para la búsqueda "madurez psicológica" y 7.030.000, en inglés. Hay mucha información, pero no hay interés.
No qué quiero ser, sino cómo quiero ser
¿Qué lugar ocupa la educación en la formación de una personalidad madura? Usted dice en el libro que se pregunta a los niños qué quieren ser, pero no cómo quieren ser. Claro. En el colegio y en la universidad hay muchas horas dedicadas a aprender las distintas materias de conocimiento, pero no se enseña desde pequeño a quitar los miedos, las vergüenzas, a tener seguridad, confianza, autoestima... No se enseña a controlar las emociones. Hay jóvenes que fuman su primer porro por no ser tachado de cobardes por el resto de sus amigos. Actúan por miedo. Y no se puede esperar a que algo ocurra y que pase el miedo. Hay que trabajarlo día a día porque si esperas 10 años, ese miedo estará mucho más arraigado y será más difícil de eliminar.
¿Así que, como dice, la felicidad está en el autocontrol? En el siglo XX ha habido muchos avances en el tratamiento de las enfermedades mentales. Nos hemos preocupado mucho de los enfermos mentales, los neuróticos... Y ahora, en el siglo XXI, ¿por qué no nos preocupamos de la excelencia, de lo ideal, de la felicidad, de la creatividad, del autocontrol, de los aspectos positivos, en definitiva? Todos coinciden: el factor más importante de la felicidad es la manera de ser. Y eso no se enseña en las aulas.
¿Y cuál sería la receta para tomar ese camino hacia la madurez, y por tanto, a la felicidad? Lo primero de todo es ser consciente de que hay un problema o, mejor dicho, una tarea. Hay gente que no quiere saber asumir esa tarea, ya que supone sentirse mal. Segundo, querer ser maduro. Y para eso hace falta tener un motivo: ser feliz y ayudar a los demás a ser feliz. Hay que convencer a la gente de que la felicidad es algo muy valioso y que, como todo lo que vale, cuesta mucho. Tercero, tomar el camino del esfuerzo, porque haciendo lo que uno debe para ser feliz, también se va a encontrar bien. Y esto es como el Camino de Santiago: hay que andar todos los días, con frío, lluvia o cansancio. Porque quiero llegar a Santiago, a la felicidad.